Transcribe cinco páginas

Lo primero que busco es lograr que reflexionen sobre el acto de escritura en sí, de modo que les asigno una tarea sencilla: “Transcribe cinco páginas”, sin más explicación. A la semana siguiente llegan a clase con piezas de escritura únicas. Sus respuestas son variadas y llenas de revelaciones. Por supuesto, a algunos el ejercicio les resulta insoportable y solo esperan que termine, pero otros re relajan y descubren que es una experiencia parecida al zen; dicen que por primera vez logran concentrarse en el acto de tipear en vez de batallar para encontrar “inspiración”. Se pierden felizmente en un estado amnésico, con las palabras y sus significados entrando y saliendo de su consciencia. Varios comienzan a cobrar consciencia de su cuerpo mientras escriben- desde sus posturas hasta el movimiento de sus dedos, pasando por cómo se les acalambran las manos-, atentos a la naturaleza performativa de la escritura. Una mujer dijo que el ejercicio se le había hecho más parecido a bailar que a escribir, fascinada por el golpeteo rítmico de sus dedos sobre las teclas.

Otra dijo que fue la experiencia de lectura más intensa que hubiera tenido; al transcribir su cuento preferido de la preparatoria se asombró al descubrir cuán pobremente escrito estaba. Muchos de ellos comenzaron a ver los textos no solo como vehículos transparentes de sentido, sino también como objetos opacos que pueden ser movidos en el espacio blanco de la página.

Otra cosa que diferencia a un estudiante de otro en el acto de transcribir es su elección de qué copiar. Por ejemplo, un estudiante transcribió la historia de un hombre incapaz de consumar un acto sexual. Cuando el pregunté porqué eligió ese texto, respondió que le pareció la metáfora perfecta para esta tarea, ya que ilustraba su frustración de que se le prohibiera ser “creativo”. Una mujer que de día trabaja como mesera decidió transcribir el menú del restaurant donde trabaja como ejercicio mnemotécnico para recordarlo mejor en su trabajo. Y lo raro es que su ejercicio falló: odió la tarea, y le molestó que no le sirviera de nada para su trabajo. Es un buen recordatorio de que a menudo el valor del arte es que no tiene un valor práctico.


La crítica a sus trabajos procede con un examen riguroso de los recursos paratextuales, justo aquellos que normalmente se consideran exteriores al campo de la escritura, pero que en realidad tienen todo que ver con ella, Surgen preguntas como estas: ¿Qué tipo de papel usaste? ¿Por qué usaste papel genérico para computadora cuando la edición original de la obra se imprimió sobre n papel grueso, amarillento? (Me sorprendió que los estudiantes nunca consideraran estas preguntas, y automáticamente recurrieran al papel para impresora que estaba a la mano.) ¿Qué dice acerca de ti la elección del papel? ¿Qué dice sobre tu situación estética, económica, social, política y ambiental? (Los estudiantes confesaban que en un mundo en que se supone que tienen más opciones que nunca, tienden hacia lo habitual. Respecto a su lugar social y económico, comenzó una discusión sobre costo y accesibilidad, revelando diferencias de clase que hasta ese momento eran invisibles pero que estaban presentes: a algunos de los estudiantes más pudientes les sorprendió descubrir que a otros no les alcanzara para comprar papel de mejor calidad. Y en cuanto a los aspectos ecológicos, aunque a la mayoría les preocupaba el desperdicio que generaban, ninguno había considerado distribuir su texto electrónicamente al resto de la clase, recurriendo por inercia a imprimir y entregar copias en papel.) ¿Reprodujiste el formato del texto página por página exactamente como lo encontraste en el original, o simplemente dejaste fluir las palabras de una página a la siguiente como lo dispone tu procesador de palabras? ¿Tu texto se lee igual en Times Roman o en Verdana? (Otra vez, la mayoría de los estudiantes recurrió a la configuración inicial de la computadora usando un margen derecho irregular- la configuración automática de Microsoft Word- a pesar de que el texto original estaba justificado. Pocos consideraron insertar un salto de página en su procesador de palabras para que correspondiera con el texto original. Lo mismo con las fuentes tipográficas: la mayoría jamás había pensado usar una que no fuera Times Roman. Y nadie consideró las implicaciones históricas y corporativas de su elección tipográfica: cómo, por ejemplo, Times Roman hace alusión, aunque es muy distinta, a la fuente en que se imprime The New York Times- por no mencionar el poder menguante de este gigante mediático- o cómo Verdana, que fue creada específicamente por su legibilidad en pantalla, es propiedad de Microsoft. Cada fuente es portadora de una compleja historia social, económica y política que puede- si estamos conscientes de ella- afectar la lectura de un documento.) En conclusión, aprendimos que la escritura hasta ese momento, había sido una experiencia transparente; nunca habían considerado ningún otro factor por fuera de la construcción y el sentido final de las palabras que escribían.

Examinamos con cuidado incluso la manera en que los estudiantes discuten su trabajo. Un alumno, por ejemplo, presentó su trabajo a la clase diciendo sin pensarlo que su texto no iba a cambiar el mundo, lo que normalmente es otra forma de decir que “esta pieza no vale mucho la pena”. Pero, en este ambiente, su pronunciamiento llevó a una discusión acalorada de media hora sobre la capacidad o incapacidad de la escritura de generar cambios en el mundo, sus ramificaciones políticas y sus consecuencias sociales. Todo esto debido a un inocente pero torpe comentario al margen.


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