Apareciendo


Afuera la feria Esperanza se alza

con su ruido de carpas bermellones

como el susurro alegre del aceite

que acaricia a las empanadas.

Los gorriones y las palomas gaditanas

son una autopista sobre los caseros

que reparten merluza con la gracia

de un charchazo refrescante,

de una explosión en la mollera,

de un viejo bonachón que ríe

ante un par de locuelos

que tiran bombitas de agua.

“¿Qué quieres que te compre, papi?”,

le canta un colombiano a su hijo

que absorto contempla los lisandros

de una anciana que no es una anciana

sino la cordillera en persona

con sus pliegues cobrizos y sonrientes,

nieve pura son sus trenzas de ajos.




¿Qué nueva embriaguez podría voltear

el juguito del mote con huesillos?




¿Qué vergüenza irrumpir de la acequia?







La brisa poniente se levanta con la tarde

y los hombres fruncen la mirada

bajo los nubarrones de marzo

¿Dónde quedó el aroma a cilantro?

¿Dónde los pimientos de tres colores?

Tenemos sed y junto al campanario

acecha un satélite siniestro.

Un organillero vende remolinos

a un desconocido que hace tiempo
no se dejaba ver por el barrio;

las viejas cierran las ventanas

y llaman a los niños a tomar once.

El vino aparece insolente

entre escaleras desvencijadas,

donde los gatos lo sospechan:

el tiempo se ha vuelto débil

y volveremos a ser pobres.



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